El palacio de deportes está enfervorizado, parece una olla a presión. Quedan veinte segundos para la terminación del encuentro y la proclamación del nuevo campeón de Baloncesto de esta temporada.
El resultado es de 92-91 a favor del equipo local. El pivot visitante ha provocado de su defensor una falta personal. El entrenador local pide con rapidez el último tiempo muerto de que dispone. Reunidos cada «Mister» con sus jugadores, tratan de dar, bajo un ruido ensordecedor del público, las últimas consignas para ganar el partido.
Suena la señal para volver a la cancha. Los jugadores se sitúan en sus respectivos puestos; el árbitro indica que van a ser lanzamientos de dos tiros libres. El jugador visitante recoge el balón, da unos botes y se prepara para lanzar; el público, ruge con locura para tratar de desconcentrar al jugador; un nuevo bote de balón, lanza y … ¡Encesta!
El resultado es de 92-92 y los visitantes, faltando veinte segundos, tienen la oportunidad de situarse por delante en el marcador. Segundo tiro libre; silbidos, trompetas, tambores y todo tipo de gritos acompañan al jugador que debe lanzar; nuevamente unos botes de balón, tiro a canasta, el silencio invade las gradas… el balón, en perfecta trayectoria, logra ese sonido característico cuando entra en la canasta sin tocar el aro.
¡92-93! Saque desde el fondo de la pista, el entrenador local hace ademanes a su jugador número 9. El tiempo corre, quedan pocos segundos, se está jugando en la pista visitante, el base atacante sigue con la mirada al número 9, pero no le puede pasar el balón, se lo pasa al número 5, que tiene posición de tiro, pero no se atreve, no toma la responsabilidad y pasa el balón al pivot, este se queda paralizado, no sabe que hacer, da vueltas sobre sí mismo, el «Mister» le grita desde la banda ¡Lanza, lanza!, no se atreve, ¡no se atreve!, busca con la mirada la colocación del número 9, sabe que él, sí toma la responsabilidad, siempre está dispuesto a hacer, a ayudar, a tomar la iniciativa, él siempre recoge ese balón comprometido. Ahí está, desmarcándose, quedan cuatro segundos, ¡toma, número nueve! Recoge el balón, el público recobra la esperanza, hace una finta a su marcador, se queda sólo, mira al aro, y con un estilizado movimiento, lanza el balón y …
El final del encuentro se lo dejo para usted.
¿Cuántas veces en el ámbito deportivo hemos asistido a momentos similares? Y en el campo profesional, ¿acaso no ocurre eso también? Para que una organización alcance el éxito debe contar con trabajadores como ese número 9, personas predispuestas, con iniciativa y comprometidas con su trabajo, que proponen y toman responsabilidades dentro de su organización, y que al mismo tiempo están bajo la mirada esperanzada de su entrenador y compañeros en todo momento, personas que actuando así seguro que ganan muchos campeonatos.
Seguro que infinidad de veces has leído o visto en televisión narrar una historia, ficticia o no, creándose una atmósfera mágica a través del relato que permite conectar a los usuarios con el mensaje que se está transmitiendo. Esto se denomina Storytelling.
Hoy en día, que la comunicación con el público es online principalmente, el Storytelling se adapta perfectamente a los nuevos medios, demostrando que también a través de Internet y de las redes sociales se consigue apelar al lado emocional de las personas, generando así una relación de confianza y fidelidad que todas las marcas buscan para con sus consumidores/clientes.
Pero es muy importante no confundir el concepto de Storytelling con hablar sobre qué hace nuestra marca o qué producto ofrecemos. La idea principal de esta técnica es que las empresas cuenten historias de valor, que sean interesantes para los usuarios y que les aporte algo más que un contenido meramente corporativo, generando así una relación más allá de la mera transmisión de un mensaje a nuestra audiencia. De esta forma, conseguiremos que nuestra marca quede ligada en la mente del consumidor a los valores que tratemos en la historia creada para ofrecer nuestros servicios o vender nuestro producto.
Tal y como dijo en su día la escritora estadounidense Maya Angelou
Antonio Gumbau