Cuando en la década de los 70, los Ramones publicaban su Leave Home, Rocket to Russia, Steven Spielberg preparaba sus Encuentros en la tercera fase y George Lucas lanzaba su space ópera Star Wars, Eric Burgess, corresponsal de ciencia de la revista Christian Science Monitor, visitaba el Jet Propulsion Lab de la NASA. En esa visita sugirió a Carl Sagan la posibilidad de incluir un mensaje en una nave espacial por si alguna forma de vida la encontraba y de esta manera, pudieran tener indicaciones sobre quiénes somos y dónde encontrarnos.
En el verano de 1977 se lanzaban al espacio las sondas Voyager, para llegar “más lejos de lo que nunca nadie había llegado” con un disco de oro cuyo diseño y contenido fue preparado por Carl Sagan y Ann Druyan, una joven escritora que aportó su visión de la esencia del ser humano complementando el contenido técnico del mensaje.
El disco contiene saludos en 56 idiomas, innumerables sonidos de la Tierra (viento, lluvia, locomotoras, pájaros, besos, volcanes terremotos, etc.), fórmulas químicas de los elementos más comunes de la Tierra, 116 fotografías de la vida y la sociedad y música que abarcaba desde el Concierto de Brandemburgo de Bach, Mozart, Stravinsky o Louis Armstrong hasta música tribal indonesia.
El conocido como The Sound of Earth, un disco fonográfico de oro, con más de 90 minutos de audio y vida sobre nuestro planeta incluía una pista de audio con los latidos y ondas cerebrales de Druyan. Así, si una forma de inteligencia extraterrestre lo encontraba, podría descifrarlo e interpretar sus emociones. Para este fin, preparó un discurso con ideas de grandes personajes de nuestra civilización, pero la historia quiso que las emociones registradas en el electroencefalograma fuesen las de una mujer locamente enamorada debido a que durante el proceso, recibió una llamada de Carl Sagan en la que le pedía matrimonio.
Pero este bello regalo, en palabras de Rebecca Orchard y Sheri Wells-Jensen de la Bowling Green State University de Ohio, es un rompecabezas enorme que muy probablemente nadie será capaz de entender.
Los discos de oro son un bello artefacto y una representación de cómo los humanos queremos vernos a nosotros mismos, pero parece pensando para ser recibido e interpretado por algo que tiene las capacidades sensoriales del ser humano promedio. En caso contrario, los discos dorados se convierten en algo muy confuso.
No hay forma de vincular imágenes y sonidos, ni parecía sencillo entender qué hacían la música tribal junto a las obras de Bach. Lo que ocurre cuando no se piensa en la experiencia de usuario. Según sus propias palabras: “Hemos mandado un acertijo dentro de un sudoku dentro de un cubo de Rubik, en vez de un mensaje en una botella, quizás lo que mejor hable de nuestra humanidad es el hecho de que hayamos mandado un mensaje sobre quienes somos, aunque nadie lo pueda entender.”
Lo que este proyecto ha demostrado es que realmente no podemos controlar la impresión que vamos a dar.
Los discos de oro de la NASA pueden desconcertar al usuario alienígena. Fue lanzado a las estrellas como un retrato de la humanidad: una guía de la vida en la Tierra y de la rica cultura de su especie dominante, pero puede entregar un mensaje completamente diferente a cualquier extraterrestre que se lo encuentre, en lugar de los seres pacíficos como la NASA esperaba retratar, los humanos pueden parecer una especie que adora discutir, habla en un lenguaje carente de sentidos y ve la belleza en «flores que rugen como motosierras…»
La Voyager 1 es el objeto hecho por el hombre que más se ha alejado de la Tierra. El 25 de agosto de 2012, se convirtió en la primera nave espacial en salir del Sistema Solar y entrar en el espacio interestelar.
La Voyager 2 saldrá de nuestro entorno a finales de 2019 o principios de 2020. Ambas naves aún están en contacto con la Tierra, aunque se espera dicho contacto se interrumpa a mediados de la próxima década.
Se estima que los discos durarán mil millones de años, dejando en el universo un testimonio de que, algún día, hubo una especie curiosa y ambiciosa que habitó un pequeño planeta, y que quiso decirle al universo, “aquí estamos”, aunque no supo hacerlo del todo bien…
Francisco Bello