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La respuesta es fácil. Para ser más productivos, tener menos bajas por enfermedad y ser más felices.

 

Empecé a practicar meditación en el año 2.004 coincidiendo con un proyecto de empresa que iba a ser muy estresante pero que también iba a significar un gran reto para mí y un avance en mi carrera profesional.

 

Todos los viernes acudía a un centro en el que un maestro de meditación nos hablaba sobre la teoría para después realizar la parte práctica. Era para mí una forma de “dejar atrás” el estrés de la semana y empezar el fin de semana con “buen pie”. Por supuesto meditar una vez por semana no servía de mucho, pero al menos me fue introduciendo en el mundillo.

 

Hoy, 13 años después, puedo afirmar que la meditación practicada de forma habitual me ha ayudado a atravesar momentos difíciles a nivel profesional y personal como no lo ha hecho ninguna otra técnica, por eso es algo que recomiendo con convicción.

 

Voy a responder a la pregunta del título desde una perspectiva científica, sin meterme en temas abstractos ni filosóficos para explicar por qué se produce reducción del estrés (que nos permite ser más creativos y productivos), por qué se produce una mejora en nuestro sistema inmunológico (que nos permite disfrutar de mejor salud) y por qué cambian nuestros comportamientos y relaciones con el mundo (para ser más felices).

 

El ser humano es un conjunto de reacciones físico-químicas y eléctricas que funciona a la perfección hasta que enfermamos y/o envejecemos, y tenemos una gran capacidad (obviamente no ilimitada) de determinar nuestro estado general. Es ahí donde entran nuestras decisiones o cómo nos implicamos en nuestros pensamientos.

 

Los efectos de la meditación en el cuerpo humano comienzan en el cerebro, en la corteza prefrontal que es el centro de la generación de pensamientos y de la toma de decisiones, y la que controla nuestro comportamiento. Cuando los pensamientos son libres, es decir, cuando no están “contaminados” por experiencias pasadas o creencias limitantes, pasan por delante de nosotros sin reactividad. Cuando, como ocurre en la mente no entrenada, los pensamientos vienen con un significado que para nosotros es negativo, empezamos la rueda del sufrimiento. El pensamiento genera una emoción porque, en ese momento en que el pensamiento pasa, decidimos qué actitud y reacción vamos a producir ante el significado que para nosotros tiene ese pensamiento (que por cierto, será un significado subjetivo que ninguna otra persona tendrá).

 

De esta manera entra en juego una zona de nuestro cerebro llamada amígdala, que es donde se crean nuestras emociones. Como decía, dependiendo de la actitud y reacción que hayamos decidido tener frente a un pensamiento, se desencadenará una emoción. Si es un pensamiento que no nos gusta, por ejemplo “mi jefe está tratando de hacerme la vida imposible”, se generará rabia y miedo y entraremos en el modo “resistir”. La reacción inmediata que se desencadenará en nuestro cuerpo será la activación del hipotálamo, que es el centro de activación de nuestro Sistema Nervioso Autónomo y que provoca las reacciones corporales de las emociones, es decir, la tercera pata de los sentimientos (los sentimientos están compuestos por pensamientos, emociones y sensaciones corporales). “Resistir” se reflejará en nuestro cuerpo como rigidez y cierre de compuertas. Estaremos en posición de defensa.

 

 

los sentimientos están compuestos por

pensamientos, emociones y sensaciones corporales

 

 

Lo que hará el hipotálamo será activar la hipófisis, que a su vez activará las glándulas suprarrenales secretando la principal hormona del estrés, el cortisol, que modificará el funcionamiento del cerebro y del cuerpo. Uno de los efectos que producirá el cortisol en el cuerpo será la inhibición del sistema inmunológico que, si el estrés es crónico, producirá enfermedades. Y uno de los efectos que producirá el cortisol en el cerebro será la reducción del tamaño del hipocampo, que es la parte del cerebro que se encarga de la memoria, de la orientación espacial y de la regulación de la actividad de la amígdala. Por tanto, su mal funcionamiento provocará por una parte los síntomas de pérdida de memoria y desorientación, y por otra parte, el desencadenamiento de un proceso llamado “secuestro de la amígdala”, cuya manifestación será la pérdida de nuestra capacidad de razonar y de pensar con claridad, afectando de manera negativa a las tomas de decisiones de la persona en la empresa y fuera de ella.

 

La calma mental proporciona estados de salud razonables, cooperación y creatividad que, sin duda, podrán ser medidos por KPIs´ como por ejemplo el porcentaje de absentismo, la productividad y la innovación.

 

 

 

Astrid Sosa.