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Siempre me ha gustado escuchar historias.

Recuerdo de pequeña, sentada en un taburete en la cocina, escuchando a mi abuela contarme como era la vida cuando ella era pequeña. Admiro esa generación nacida en 1914, que pasó varias guerras, que tenía muy poco y eran felices.

Los valores que me transmitió con sus historias siguen marcando el rumbo de mis pasos. La tradición oral de compartir, al lado de la chimenea, la cultura de los pueblos es, para mí, una tradición a recuperar.

Mis hijos tuvieron también el regalazo de poder escuchar a mi abuela, su bisabuela, contar historias. Y de manera maravillosa, ellos se las han contado a sus primos más pequeños. La historia familiar se ha ido transmitiendo de generación en generación de manera oral. Las canciones que me cantaba mi abuela las cantan ahora mis hijos y sobrinos. Cantar es otra manera de contar historias.

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El Storytelling es el arte de contar historias. Hoy se utiliza mucho en marketing. Y cuando lo utilizas en aula para acompañar a los participantes en su aprendizaje, se genera una atmósfera mágica que no se olvida.

Contar historias es un arte que permite conectar emocionalmente a las personas y une emoción y razón.  Y cuando hay emoción, hay aprendizaje.

 

“La gente olvidará lo que dijiste, la gente olvidará lo que hiciste, pero la gente nunca olvidará cómo la hiciste sentir

Maya Angelou.

 

El Storytelling nos permite crear un espacio de confianza que genera mayor conexión, nos permite crear un escenario y una atmósfera que propicia el aprendizaje. E incluso la sanación. Ya que las historias pueden ser y bajo mi punto de vista son, sanadoras. De hecho, los chamanes las utilizan para curar el inconsciente. En toda historia hay personajes con los que empatizamos y a veces nos sentimos identificados. Y si las escuchamos con atención, encontramos fácilmente paralelismos con nuestras vidas.

Por todo ello, el Storytelling es una potente herramienta tanto en coaching individual como de equipos.

A través de los cuentos podemos crear potentes metáforas, entrar en reflexiones profundas de una manera amable. La historia como metáfora nos ayuda a simplificar lo complejo. Al contar una historia contamos la realidad de forma distinta, nos permite verla desde una perspectiva distinta, lo que nos ayuda a encontrar soluciones distintas. Todos recordamos los cuentos de cuando éramos pequeños. Y los mensajes y moralejas que se escondían detrás de la narración.

Los cuentos activan el inconsciente. Y nos permiten lanzar preguntas poderosas, que, a través de la metáfora, nos llevan a reflexiones muy profundas.

Una metáfora tiene una parte de concepto de abstracción y asociación (“esta historia me recuerda lo que me pasa cuando…”) y son iluminadoras y transformadoras. Por eso se han convertido en una de las herramientas indispensables en mis sesiones de coaching. Uno de los objetivos del coaching es poner luz en la parte menos iluminada de nuestro ser, luz para el cambio. Y si miras intensamente algo ves más de lo que hay. Ves la metáfora. Y estas nos ayudan a explicarnos. Nos topamos con aquello que no podemos decir con palabras.

Una de las cosas que nos diferencia de un robot, al menos hasta hoy, es que no pueden entender el sentido figurado de las cosas. Expresiones como “me han dado calabazas”, “esto está que arde”, “me muero del susto”… sólo los humanos las podemos interpretar. Las historias, cuentos y metáforas nos permiten poner a trabajar los dos hemisferios: el creativo y el analítico. Y además de una manera sencilla y divertida. Es un disparo al inconsciente.

 

Referentes tan distintos (por cultura, generación, ideología…) como pueden ser Alejandro Jodorowsky y sus cuentos,  Thích Nhất Hạnh maestro zen, el gran Pablo Neruda, Matthew Johnstone y su maravillosa manera de explicar la depresión, Milan Kundera y su insoportable levedad del ser (todos necesitamos que alguien nos mire), Joan Margarit y su “Garota”, Dante y su “Divina Comedia”, Sartre y el existencialismo, Kavafis y su Ítaca, Platon y la Caverna y tantos y tantos otros, son maestros a la hora de transmitir la sabiduría de los cuentos.

 

Os voy a compartir uno de mis poemas favoritos cuando pienso en metáforas y Storytelling y que ilustra lo que acabo de explicar, “mira intensamente algo y verás…”:

 

Oda a los calcetines de Pablo Neruda

 “Me trajo Mara Mori
un par de calcetines,
que tejió con sus manos de pastora,
dos calcetines suaves como liebres.
En ellos metí los pies
como en dos estuches
tejidos con hebras del
crepúsculo y pellejos de ovejas.

Violentos calcetines,
mis pies fueron dos pescados de lana,
dos largos tiburones
de azul ultramarino
atravesados por una trenza de oro,
dos gigantescos mirlos,
dos cañones;
mis pies fueron honrados de este modo
por estos celestiales calcetines.

Eran tan hermosos que por primera vez
mis pies me parecieron inaceptables,
como dos decrépitos bomberos,
bomberos indignos de aquel fuego bordado,
de aquellos luminosos calcetines.

Sin embargo, resistí la tentación
aguda de guardarlos como los colegiales
preservan las luciérnagas,
como los eruditos coleccionan
documentos sagrados,
resistí el impulso furioso de ponerlas
en una jaula de oro y darles cada
día alpiste y pulpa de melón rosado.

Como descubridores que en la selva
entregan el rarísimo venado verde
al asador y se lo comen con remordimiento,
estiré los pies y me enfundé

los bellos calcetines, y luego los zapatos.
Y es esta la moral de mi Oda:
Dos veces es belleza la belleza,
y lo que es bueno es doblemente bueno,
cuando se trata de dos calcetines
de lana en el invierno.”

 

Y os animo a leer al maestro Thich Nhat Hanh. Una de sus perlas: “camina como si besases la tierra con tus pies” y un cuento suyo:

 

“Érase una vez un hermoso río que seguía su curso entre colinas, bosques y praderas. Empezó siendo un alegre salto de agua, un manantial bailarín que cantaba bajando de la cima de la montaña. Por aquel entonces era muy joven y fue bajando lentamente hacia la llanura. Quería llegar al océano. Cuando creció, aprendió a embellecerse y serpenteaba graciosamente por colinas y praderas.

Un día advirtió que las nubes estaban sobre él, nubes de mil formas y colores, y desde entonces no paró de perseguirlas, quería tener una para él solo. Pero las nubes flotan y viajan por el cielo cambiando de forma constantemente. A veces parecen un abrigo, otras un caballo. El río sufría mucho debido a la mutabilidad que caracteriza a las nubes. Cazarlas hubiera sido su alegría, su placer, pero la desesperanza, la ira y el odio se apoderaron de su vida.

Un buen día el viento sopló con fuerza y barrió las nubes del cielo, y este volvió a quedarse complemente vacío. Nuestro río pensó que la vida ya no valía la pena porque no había más nubes que perseguir. Quería morirse. -¿Para qué estar vivo si ya no hay nubes?-, pero, ¿cómo podía un río suicidarse?

Esa noche, por primera vez, el río tuvo la oportunidad de volver sobre sí mismo. Siempre había estado siguiendo corrientes externas a él, jamás había mirado en su interior. Pero esa noche escuchó su llanto, el sonido del agua rompiendo contra la orilla. Y al escucharse descubrió algo muy importante.

Descubrió que todo cuanto había estado admirando se hallaba dentro de él. Comprendió que las nubes no eran más que agua, que las nubes nacían del agua y a ella volvían, y que él mismo no era sino agua.

Al día siguiente, cuando el sol apareció en el cielo, advirtió algo hermosísimo. Vio el cielo azul por primera vez. Jamás había reparado en él. En su único interés por las nubes, había olvidado mirar el cielo, que es la casa de las nubes. Y las nubes son mutables, pero el cielo no, el cielo permanece. Comprendió que la inmensidad celeste había estado encima de él desde el principio y la impresión fue tan profunda que le inundó de dicha al comprender, ante la inmensidad del cielo azul, que jamás volvería a perder la paz y la felicidad.

Por la tarde volvieron las nubes pero él ya nunca más quiso poseer ninguna. Pudo contemplar su belleza y darles la bienvenida, y les dispensaba una calurosa acogida a medida que llegaban. Comprendió que las nubes eran él, que no tenía por qué escoger entre él y ellas. Entre las nubes y el río había paz.

Y aquella noche, al abrir su corazón al cielo nocturno, recibió la imagen de la luna llena en su interior, bellísima, redonda, como una joya. Jamás había pensado que pudiera recibir algo tan bello. Hay un precioso poema chino que dice:

“La limpia y bellísima luna viaja por el supremo cielo desierto. Cuando los espíritus-ríos de los seres vivos sean libres-, la imagen de la luna bellísima se reflejará en todos nosotros.”

Y eso es lo que el río representaba en aquellos momentos. Recibió la imagen de la luna bellísima en su corazón, y el agua, las nubes y la luna se cogieron de las manos y practicaron la meditación caminando despacio, muy despacio hacia el océano.”

No existe motivo por el que debamos correr en pos de nada. En cambio, sí podemos ser nosotros mismos y disfrutar de nuestra respiración, nuestra sonrisa, de la belleza que nos rodea.

Thich Nhat Hanh “Hacia la paz interior” 

Gemma